Estatua de Velázquez. Museo del Prado. Madrid
Ya he comentado en una entrada anterior la mezcla de admiración y respeto que siento por Velázquez, nacido precisamente en Sevilla de donde muy joven marchó a Madrid para convertirse en pintor real de Felipe IV. Lástima que no nos hubiera dejado algunos cuadros de su juventud aquí.
Adagio de Albinoni
En mis variadas visitas al Museo del Prado el encuentro con su Obra siempre ha ocupado un lugar privilegiado. Para cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad o cercanía con el mundo del Arte, especialmente con la Pintura, visitar el Prado y situarse delante de obras maestras como "La rendición de Breda", "Las hilanderas", "Las Meninas" o el "Cristo" supone tocar una de las cimas del Arte de todos los tiempos.
La experiencia, por más que se repita, siempre es única y singular, valga la redundancia.
La experiencia, por más que se repita, siempre es única y singular, valga la redundancia.
"Las Meninas" Óleo. Museo del Prado
"La rendición de Breda"
("Las lanzas") Óleo. Museo del Prado
Este cuadro, junto con "El aguador", se expusieron en Sevilla en 1990, coincidiendo con la antológica que también organizó el Museo del Prado sobre Velázquez. Era la primera vez que "volvía" esta pintura a la ciudad que la vió nacer.
"El aguador" Velázquez. Óleo
El público hacía enormes colas para poder contemplar esta obra maestra del joven pintor. Tuve la fortuna de poder "ver de cerca y en directo" las dos obras de juventud que me impresionaron por el talento y la maestría de su realización.
"El aguador" Velázquez. Óleo
El público hacía enormes colas para poder contemplar esta obra maestra del joven pintor. Tuve la fortuna de poder "ver de cerca y en directo" las dos obras de juventud que me impresionaron por el talento y la maestría de su realización.
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Análisis de la obra . “Vieja friendo huevos”.
Se trata de una obra realizada al óleo sobre lienzo pintada por Velázquez en su primera etapa como pintor en Sevilla, antes del 1622, en que va a viajar a Madrid donde posteriormente se instalará. Podemos contemplarla en la Nacional Gallery de Londres.
Como todas sus obras de esta etapa, el estilo de la misma es el naturalismo tenebrista, en el que las figuras aparecen en un primer plano destacando sobre el fondo oscuro, fuertemente iluminadas por un foco de luz único, externo al cuadro y que normalmente entra por la izquierda del mismo. Así se ilumina la mujer que da título a la obra, el niño que la acompaña, la cazuela de barro en la que fríe los huevos y una serie de enseres y utensilios de cocina que aparecen representados. Del fondo apenas si distinguimos algo más que la cesta de la pared y los objetos metálicos que cuelgan tras la protagonista.
Vemos pues que se trata de un tema de la vida cotidiana, con modelos que toma de la vida popular, constituyendo una de los denominados “cuadros de cocina”. Muchos de sus modelos se repiten, por lo que cabe suponer que pertenecían a su entorno familiar.
Compositivamente, respeta el modo tenebrista de cortar a las figuras a ras de rodilla y representarlos muy en primer término. Esta es una de las “recetas” que aprendió en el taller de Pacheco, su maestro sevillano. El foco de luz que ilumina la escena está muy alto, cayendo dirigida y directamente sobre las figuras, iluminándolas a modo de foco teatral. Por su disposición, recuerda a los cuadros de Ribera, pintor español afincado en Nápoles, que introduce el tenebrismo caravaggiesco en España.
Pero aún en esta etapa temprana de su pintura empezó a romper los moldes de sus maestros, así por ejemplo el fondo de la escena no queda totalmente en penumbra y oscuro, sino que aclara ciertas zonas del mismo con más planos creados por la luz que los tenebristas típicos. También la gama cromática es más variada, ya que aunque observamos ese color mate madera característico de esta primera etapa (directa influencia de Pacheco), predomina el betún y el “rojo tierra de Sevilla”, que utiliza en contraste con los blancos. Poco a poco Velázquez inicia un arte más vivo que los pintores anteriores, observando la realidad y copiando incansablemente los modelos con sus movimientos y expresiones, lo que se refleja también en esta obra. Las manos de la mujer son un prodigioso estudio del natural, en las que muestra la fuerza controlada de su mano izquierda que sujeta el huevo, con las rugosidades de las pieles de la ancianidad, lo mismo que las del niño, fuertes y jóvenes que sujetan el recipiente de cristal y el melón.
Por último cabe mencionar la extraordinaria calidad en la representación de las calidades táctiles y visuales de los objetos, en las que se muestra como un verdadero maestro, baste mirar la botella con el líquido, el cuenco de cerámica blanca y la verosimilitud de la representación de los huevos al freírse, en los que el aceite chisporrotea.
Desde las páginas de este blog, el mejor homenaje y admiración a su Obra y a su Persona.
Coincido plenamente contigo en la admiración por este pintor. Tuve la suerte de asistir a la gran exposición en Madrid con motivo de su centenario, si no recuerdo mal en febrero del 91;una experiencia inolvidable.
ResponderEliminarSiempre digo que si pudiera viajar al pasado para conocer a alguien, sin dudarlo un momento él sería uno de mis personajes elegidos.
Ratón Tintero, es decir Amelia
ResponderEliminarGracias por tus comentarios.
Somos muchas personas las que compartimos una superlativa admiración por estos genios del Arte que han sido "elegidos" para dejar la huella de la inmortalidad terrena en sus obras. Me refiero a Miguel Angel, Velázquez, Tiziano, Murillo y tantos otros artistas que siempre nos esperan en el silencio de las salas de algún Museo para comunicarnos la emoción, casi "divina", del Arte.
Y lo más sorprendente de este Arte es que llega a todos y a nadie deja insensible. Y ésto puede ser una buena reflexión para nuestro tiempo...